Sabemos que la educación no es una tarea sencilla, a veces nos encontramos con situaciones en las que es fácil perder los nervios y gritar. Cuando llegamos al límite, es común gritar ya que nos sirve para expresar nuestro enfado o disgusto.

Los gritos no educan y el resultado que obtenemos es negativo. Podemos y debemos desarrollar estrategias que nos permitan no recurrir a los gritos cuando nos enfadamos o algo nos molesta.

Hay veces que podemos pensar que el grito es una herramienta que nos permite conseguir ciertos objetivos, ya que lo vemos como una medida drástica y necesaria cuando las cosas se escapan de nuestro control.

En ocasiones, recurrimos a los gritos porque desconocemos otros recursos, pero debemos saber que no tienen ningún beneficio en la educación de nuestros hijos, solo obtendremos con ellos consecuencias negativas.

Los gritos no generan autoridad, ni disciplina, solo provocan temor. En la primera infancia es posible que los niños reaccionen a ellos, aunque realmente no entenderán el porqué y la consecuencia será ocultar sus actos o mentir para evitarlo. Aparte de que entenderán de que gritar es una manera de comunicarse cuando están enfadados y ellos realizarán la misma acción en un futuro, ya que los gritos generan más gritos.

Por otra parte, también generan un clima de molesto y de enfado, aportando malestar en el desarrollo de nuestros hijos, generando estrés, desmotivación, frustración, rabia, baja autoestima…

Para educar sin gritos tenemos que aprender y desarrollar recursos, cambiando el rol de padres autoritarios. Para ello podemos cambiar el modo de ver la educación, viéndolo como una interacción entre dos personas, aprendiendo a gestionarla y a buscar soluciones, en vez de imponer reglas.

Debemos recordar que nuestros hijos son niños, no adultos, por lo tanto no podemos esperar que se comporten como adultas, ya que muchas veces no saben como tienen que hacerlo o no tienen los recursos necesarios, darle herramientas es una opción mucho más beneficiosa que los gritos, poco a poco lo irá aprendiendo.

Cuando notemos que estamos nerviosos, debemos de intentar tranquilizarnos antes de hablar con ellos, para evitar hablarles con enfado y llegar fácilmente a los gritos. Aún así, debemos mantenernos firmes, no se trata de imponer disciplina, si no de hacerlo de manera positiva, no gritar no significa ceder en todas las demandas de nuestros hijos.

También es importante escucharles y tratar de entender el porqué se ha llegado a esa situación o tu hijo se ha comportado así, de esta manera podemos negociar con ellos basándonos en un diálogo mutuo y proporcionarle los recursos que necesita.

Finalmente, les podemos ayudar a razonar y comprender su comportamiento, y a ser conscientes y responsables de sus consecuencias.